En su primera fase, la planta cuenta con 600 metros cuadrados de infraestructura y un laboratorio de investigación aplicada de 65 metros cuadrados, con capacidad para producir hasta 50 millones de litros mensuales de fertilizante y 3 toneladas mensuales de alimento para animales, con planes de expansión a 850 metros cuadrados.
El proyecto genera 13 empleos directos altamente especializados y se suma al ecosistema de innovación integrado por el Sistema de Investigación, Innovación y Desarrollo Tecnológico de Yucatán (Siidetey), el Centro de Investigación Científica de Yucatán (CICY), el Instituto Nacional de Investigadores Forestales, Agrícolas y Pecuarias (Inifap) y el Instituto Tecnológico de Mérida (TecNM).
Para el titular de la Secretaría de Economía y Trabajo, Ermilo Barrera Novelo, el IEM es el ejemplo del modelo económico que se impulsa en la entidad: empresas con valor agregado, que cuidan el medio ambiente y apuestan por la investigación aplicada. “Es la prueba de que innovación y sostenibilidad pueden ir de la mano para transformar nuestra economía”, afirmó.
La iniciativa fortalece sectores clave como la industria química, alimentaria y del plástico, y abre oportunidades de exportación en mercados de fertilizantes, jabones y alimentos para animales, posicionando a Yucatán como un polo emergente de la bioindustria nacional.
En palabras del director general de IEM, Jesús Delgado Madrid, el objetivo es claro: “Convertir un desafío como el sargazo en soluciones rentables y sustentables. Con procesos automatizados, energía solar y uso eficiente del agua, logramos producir más con menos, incrementando hasta en un 27 por ciento el peso de cultivos agrícolas”.
Actualmente, Yucatán se ubica en el lugar 22 del subíndice de Innovación y Tecnología del Instituto Mexicano para la Competitividad (IMCO), por lo que proyectos de este tipo se perfilan como clave para escalar posiciones y consolidar una economía más competitiva, responsable y visionaria.




